Uno de los temas que han resultado más complejos de entender para los profesores, padres de familia y estudiantes ha sido la evaluación. En especial porque se trata de un proceso distinto al del pasado en donde el referente eran los conocimientos adquiridos. Ahora lo que se busca evaluar son las competencias y no de la forma numérica tradicional, sino en forma literal, más cualitativa, observando cómo cambian los comportamientos y actitudes de los estudiantes, cómo aprovecha los conocimientos que va aprendiendo en aplicaciones en situaciones de la vida cotidiana, cómo va consolidando un aprender a aprender y cómo consolidan un conjunto de aprendizajes que podrán utilizar un tiempo más tarde, cuando sea necesario.
Entonces, la evaluación adquiere características más complejas que en el pasado. Conceptualizarla y normarla no ha sido fácil para la administración que hasta ahora sufre para encontrar una forma de normar y organizar la aplicación del enfoque por competencias de manera que sea entendible por toda la comunidad de docentes, estudiantes y padres de familia. Esta dificultad que tiene la administración se ha trasladado también a los centros que forman profesores, que tampoco logran que los nuevos egresados se incorporen a la carrera docente con una comprensión cabal de lo que significa y cómo se aplica y evalúa un currículo por competencias.
La emergencia sanitaria ha traído un elemento más de complejidad, pero a la vez se convierte en una valiosa oportunidad para revisar lo avanzado en este campo, tratando de aprovechar lo bueno logrado en las más de dos décadas y replantear aquello que no está funcionando bien. Cabe resaltar que el año 2020 será un año atípico pues los niños están estudiando bajo alguna modalidad de educación no presencial y en condiciones que en la mayoría de los casos difícilmente permitirán el cumplimiento de las metas que propone el currículo nacional. A ello se añade que la comunicación entre profesores y estudiantes para monitorear, retroalimentar y evaluar el proceso de aprendizaje tampoco resulta fácil. Los casos en que es posible a través de alguna herramienta de navegación digital no son la mayoría, además que una buena banda ancha es un beneficio que tienen las grandes ciudades. En las zonas más alejadas, las distancias, a veces grandes entre el hogar del profesor y los de sus alumnos, hace que la comunicación del primero con los segundos sea muy esporádica.
La decisión del Ministerio de Educación de evaluar el ciclo y no el grado educativo; es decir, fusionar la evaluación de este y el siguiente año escolar parece adecuada. Lo que siembra dudas ha sido la oportunidad de este anuncio ya que podría convertirse en un factor de pérdida de interés de los estudiantes respecto a sus aprendizajes. Sondeos que en los siguientes meses pueda realizar el Ministerio de Educación podrían indagar sobre variables como el compromiso, motivación y esfuerzo que han puesto los estudiantes y profesores en los aprendizajes bajo las modalidades no presenciales. Como sucede en otros países en donde el año escolar termina en junio, otro indicador que debe monitorearse es el abandono escolar. Varios países han tomado conciencia de que un largo período sin ir a la escuela por parte de los niños y adolescentes podría no solamente aumentar las tasas de abandono escolar, sino que tiene consecuencias en su futuro y en el de la sociedad en general.
El 2021 continuará siendo todavía un año de transitoriedad, diferente a la del 2020, al ingresarse a un sistema de enseñanza que combinará lo presencial y no presencial. Pero desde el 2020 deberíamos estar reflexionando sobre la orientación que debería darse a la evaluación en el futuro de cara igualmente a los reajustes que en materia curricular tendrán que producirse para dar más importancia a aspectos como el aprendizaje integrado, colaborativo y personalizado; a procesos en donde el estudiante aprenderá un tiempo en la escuela y otro en su hogar. Al respecto, será importante que en el 2021 se atienda una necesidad que no ha estado suficientemente implementada este año: la capacitación del profesor para enseñar no presencialmente y de los alumnos para aprender en sus casas.
En ocasiones la magnitud de la tarea de evaluar y la extensión de sus dimensiones nos han llevado a perder de vista la finalidad principal de la evaluación cual es ser un medio de identificación de la forma como el estudiante va aprendiendo y, a partir de esa referencia, desarrollar mecanismos muy eficaces y oportunos de apoyo, tanto para aquel que tiene problemas para lograr las competencias básicas, como para el que aprende con rapidez y demuestra talentos como para profundizar aún más. Esta finalidad convierte a la evaluación en un proceso personalizado, al ser diferentes las necesidades de ayuda a cada estudiante.
Asimismo, hace del diagnóstico de cómo aprenden los estudiantes una necesidad imprescindible para conocer las razones por las que no se logran los aprendizajes básicos o se desperdicia la potencialidad que un estudiante puede tener en determinada disciplina. Así, por ejemplo, pruebas como PISA han demostrado que buena parte de los problemas que muestra el rendimiento de los estudiantes en comprensión lectora está en la debilidad de desarrollo de la expresión lingüística oral y escrita, reflexiva y creciente en complejidad a medida que se van desarrollando las habilidades lectoras. Evitar el inmediatismo en las respuestas de los alumnos en las evaluaciones, sobre todo las que se hacen a través de medios digitales, es un asunto que no debe olvidarse. Aunque cuestionada hace algún tiempo, en algunos países como Francia, se ha retomado la importancia de la fluidez lectora; inclusive considerándola de necesidad en la capacitación del profesorado.
La evaluación no se agota en estos comentarios. Hay mucho más que comentar. Será en un siguiente artículo.